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domingo, 23 de octubre de 2011

Necesidad de huir

En días como hoy necesito huir. Son días en los que la comprensión es inexistente y la aceptación de otro punto de vista también. Es ese momento en el que tu argumento se ve enfrentado al de otras tres generaciones de toda una familia, como cuando esa especie de "asco" que me produce a veces mi propia especie no la comparten a mi alrededor. Es como cuando por mucho que tu voz intentase ser escuchada, ningún miembro del tribunal entendiera a razones. Y en situaciones como esta, es una lástima, pero tampoco puedo huir. A mí alrededor están quienes me trajeron hasta aquí y ahora, quienes me llevaron en parte a ser quién soy yo, quienes me educaron, amaron y cuidaron. Creen ser la voz de la razón, imponiéndose a gritos alrededor de la mesa y sin escuchar con atención. Te hacen callar, resignada, en la cima de tu silla, para que comas y engordes un poco más, pero ¿para qué? ¿Convencer de que su opinión es más valiosa, más ética, más justa? ¿Convencer de que tienen razón, de que el famoso "ojo por ojo, diente por diente" que está escrito en la Biblia es lo que justifica nuestros actos?
¿Pero acaso porque la dichosa frase hecha sea una cita de un documento tan "sagrado" justifica nuestro comportamiento como el correcto? ¿No puede ser dolorosa y conmovedora la muerte de un ser humano independientemente de su edad, de su comportamiento deportivo, de los riesgos asumidos o de las precauciones tomadas? ¿Acaso matar a un asesino no nos convierte en asesinos? ¿O quizás la barbarie perpetuada por uno justifica la maldad y la venganza de los que sobreviven? Son muchas preguntas, que se pueden abordar desde miles de puntos de vista distintos, por personas diferentes, con culturas, lenguas, edades, vivencias distintas... pero claro que para abordarlas y pensar un poco, también estaría mejor bajar la voz y atender. Evitar los gritos y con calma, aguzar las orejas, me parece la cualidad del más sabio, o quizás del más humano.
Un día y otro y otro más, a mí ya me dijeron de bajar la voz, no de callar. Un gran consejo. Desde entonces he intentado bajar el tono, oír, escuchar y pensar, sin por ello silenciar mi propia voz. Y de esta manera, he podido oírme a mí misma, tanto a mis juicios como a las grandes, pequeñas y miles de dudas, a escuchar y aceptar la existencia de otra opiniones similares o contrarias, ajenas y extrañas. He atendido y las he criticado para bien y para mal, en eso consiste la crítica. Algunas las he aceptado y almacenado en mi caja fuerte, mientras otras las he rechazado pero con argumentos y razones propias. Y desde entonces procuro no imponer porque la riqueza del hombre es su inteligencia y su pensamiento, si es que considera que lo tiene.
Pero cuando sientes que te imponen un mismo juicio, contrario al tuyo propio, por más que hayas expuesto y alzado tu voz sin subir el volumen, entonces sientes la derrota social, las ganas de abrir el cerco y huir, para que a tu propio pensamiento no lo encarcelen. Necesitas huir en la lectura, hacia una vida ajena, en un pensamiento lejano, hacia otro paisaje con un aire fresco y una luz distinta. Lo único que acabas queriendo es huir a toda prisa para refugiarte en unos brazos comprensivos que, suaves y amables, silenciosos y atentos, entiendan de valores y aceptación del otro.

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