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viernes, 18 de enero de 2013

Decía Remorino...

Sí, por cierto... decía Remorino que todo iba a andar fenómeno.
Con un pie en la casilla del ocho de la rayuela.

jueves, 19 de julio de 2012

Comme un poisson dans l'eau

Eira se estremeció. Su cuerpo inundado en un sudor frío tembló en medio de la noche. Se levantó asustada. No sabía qué podría haber sido pero se temía lo peor. Posó los pies descalzos uno delante del otro, y desnuda se acercó hacia la mesa en la que seguía el dossier. Su pelo rojizo caía lacio por su espalda, ya se estaba oscureciendo. De lejos todo parecía seguir en orden, como apenas unas horas antes. No había recibido ninguna notificación de la fundación ni ningún otro tipo de señal hasta este mal despertar. Algo le producía un pánico inquietante.

Cuando llegó a la mesa, en el lugar exacto en el que unas horas antes había redactado las últimas líneas de la jornada anterior, se encontraban los restos milimétricos de lo que era una misión. Sabía lo que significaba pero no lo quería entender. Era imposible, los pasos a seguir no eran tan complejos, consistían en un pequeño rompecabezas que había diseñado ella para su compañero, lo habría acertado seguro. Luchar, eso también lo habría logrado hacer, era demasiado fuerte y opaco como para dejarle entrever a su oponente el mínimo destello de debilidad. ¿Habría dudado quizás? No, aunque si hubiese sucedido, no lo habría mostrado. Podía llegar a ser infranqueable. Dave podía bloquear esferas de su mente mientras otras seguían activas con tal de ocultarse. Eira lo sabía. Había aprendido a leerlas. Incluso empezaba a aprender a activarlas y desactivarlas. 

Pero algo había ido mal, un dossier no se desintegra. Una misión, no la abortan sin más los de arriba. ¿Por qué acabar con todo? Habían seguido las órdenes, habían mantenido las conexiones en el mejor estado. "¿Por qué?", se preguntaba una y otra vez mientras sus ojos buscaban en la pared... un indicio, algo. No había nada, nada se había movido, ni el más mínimo centímetro de ladrillo rojo. Cogió el vaso de agua de la estantería pero se vio obligada a dejarlo más abajo encima de la mesa. Se estaba asfixiando. Abrió de par en par las persianas y salió al balcón en busca de más aire. Poco a poco volvía a respirar pero el dolor seguía allí, no se disipaba, era desgarrador.

Sí, lo sabía. Lo había visto en otros. Se lo habían dicho también pero nunca había querido admitir que le acabaría pasando a ella. Una vez sucedía, sólo le quedaría la esperanza de volver a verle en cuerpo, su alma, como ella prefería llamarlo, se habría borrado para siempre. No quedarían aquellas fotos, memorias y contraseñas. De todo, sólo quedaba ella.

Incluso en aquel recipiente transparente, aunque inerte, aquel cuerpo de colores navegaba a la deriva entre el fondo y la superficie. El color anaranjado de sus escamas perdía brillo y sus aletas se empezaban a deshacer en aquellas aguas mientras dejaba de existir. Él tampoco había podido esperar a que ella volviera.


viernes, 6 de julio de 2012

Última misión: 4/07

Abrió los ojos. «Tengo que hacerlo y ponerle fin», se dijo a sí mismo. Salió por la puerta, esperó al ascensor destartalado que  le esperaba en medio del pasillo. Abrió la puerta para pasar al interior de un caja. Todo el interior estaba cubierto de tablas de madera. Apenas había luz. Le habría gustado echar un último vistazo a su aspecto pero sólo vio madera a su alrededor. Ninguna manera de saber que le podría parecer a ella. Sólo habían dejado un agujero rectangular del tamaño exacto de los botones indicadores de las distintas plantas de aquel edificio facilitado por a saber quién en nombre de la Fundación. Esto no le daba ninguna seguridad. «Podría morir aquí mismo, podría morir calcinado» pensó. La caja del ascenso le recordaba a un ataúd. «¡Qué mal presagio!» se dijo a sí mismo.

Por fin llego a la calle, y aunque fuera de noche, sentía como si se estuviera asfixiando. Ninguna excusa podía valer... tenía que seguir. Sus pasos le llevaron hasta una de las avenidas que llevaban a los circuitos de salida de la ciudad. Allí se encontraba al principio de la calle Argos. No había nadie más. Ni un alma. Eso le helaba la sangre. Esperó a que las agujas ocuparan el lugar indicado en la esfera atada a su muñeca. Una vez llegaron a su lugar, seguía sin aparecer ninguna agente. Solía ser Eira o alguna de las parejas que le asignaban en su ausencia. Sin embargo, hoy no había nada ni nadie.

Avanzó unos pasos, hasta llegar a un portal acristalado. Introdujo el código grabado la noche anterior en algún rincón de su cerebro, la puerta le cedió paso y siguió adelante con paso firme. Al final de aquella planta tenía que introducir unas coordenadas y descender hasta la sala de pruebas. Siguió las pautas pero al llegar a su destino no quedaba nada, solo vacío: media docena de pantallas apagadas, sistemas informáticos formateados, cableado colgando por aquí y allá, una pecera sin peces... y aquel botón de emergencia.

Era inevitable, había seguido hasta el final, había luchado por un poco de paz, pero seguía habiendo perdido una de tantas otras batallas. Y ya no quedaba más que aceptarlo: lo había perdido todo. Su misión había terminado. Dave ya había empezado a desaparecer tras marcar aquel primer código y ver su silueta transparente borrarse con aquella puerta de cristal.




Informe emitido el 4 de julio desde el laboratorio 2.WS8 a las 3.58 horas:
Agente núm.: 02NA4ZFX
Estado: desactivado
Memoria: registrada
Mantenimiento de la memoria hasta: sin determinar
Memoria interna: registrada
Mantenimiento de la memoria interna: 6 horas
Última misión: 4/07 Estado: --
Próxima actualización en: 4 horas





sábado, 23 de junio de 2012

He is a nocturnal and I am the spectator

"He is a nocturnal always alone
But you'll speak in secret codes
That he has never known
In this world, but nof of it
So he watches from above it
A visitor here, this is not home

I am the spectator
I can see the world passing by from here"

The bravery



jueves, 21 de junio de 2012

A ras de la piel

Abrió la puerta. No encendió la luz y la cerró tras de sí. Dejó la bandolera en el suelo. Tenía que deshacerse de todo. Se acercó a las escaleras y dejó su jersey encima de la barandilla. Subió dos escalones mientras se soltaba el pelo. Este cayó lacio sobre su espalda. Siguió su ascensión. Cuando iba por el siguiente escalón, las manos en la espalda deslizaron suavemente la cremallera y dejo caer su falda entallada. Llegada a la primera planta se quitó los pendientes y los dejó en el siguiente escalón. Siguió avanzando, empezó a quitar un botón y otro y otro más hasta que dejó tras de sí aquella camisa blanca uniformada, aquella que le habían puesto. En su piel se dibujaban formas violáceas que recorrían su abdomen. Estaba algo sucia. Su hombro cicatrizaba ya pero seguía manchado de sangre igual que sus dedos. Llegada al último escalón, giró la llave y abrió la puerta. Se agachó, cogió las hebillas, desabrochó las lengüetas de aquellas sandalias de tacón alto y las dejó cuidadosamente al lado del sofá. La noche era perfecta. Quería sentirla. Sola en aquella azotea con los labios aún en rojo al igual que el pelo que lucía. Se quedó ahí tumbada. Quería sentir su piel y cerrar los ojos un minuto. Ya no estaba bajo tierra pero el aire quieto seguía ardiendo aún a oscuras. Sólo la brisa traía ese alivio que de alguna manera había ido a buscar. A ras de la piel.  A estas horas las mentes estarían apagadas pero debía cumplir con  su deber. Instantes después volvería a sentarse, desnuda, delante de aquel documento. El dossier que seguía vacío encima de la mesa esperaba sus líneas; tampoco era el único. 




miércoles, 20 de junio de 2012

Dave


Dave seguía ahí. No podía revelar su localización, pero ahí lejos seguía esperando, no se había dado por vencido. Al fin y al cabo era su turno. 

«¿Dónde estaría ella?», se preguntó por enésima vez. El Plan B no había establecido su estancia ni previsto su destino. Las casillas con su nombre aparecían vacías en el dossier.  «El plan inicial... si tan sólo hubiera podido llevarlo a cabo. Pero ya no. Un respiro menos y estaría seguro ahora. Pero qué más da, total, siempre hay plan B.» , los pensamientos fluían tormentosos por su cabeza.

Sus conexiones estaban en excelentes condiciones, no presentaban ni el más mínimo desgaste. Iban rápido, sin descanso. Dave no temía, salvo por un detalle, «¿La habrían transformado?»«¿Sería capaz de reconocerla?». Su ficha estaba en blanco pero estaba seguro de reconocer a Ei bajo cualquier disfraz. 

Llevaba días y semanas repitiendo una y otra vez los mismos movimientos al milímetro. Parecía un autómata pero sin él nada llegaría a cambiar y acabaría por llevarse una amarga victoria. Lo sabía de sobra. Su actuación iba a ser decisiva, extremadamente difícil también, lo presentía, pero habría que ganar. «Es demasiado joven. Y aún es pronto, demasiado para ella.», estaba convencido. 

Cogió su chaqueta de encima de la única silla que quedaba en la habitación, se la puso y la cerró bien para resguardarse de la noche fría, aquella que seguía sembrada de charcos que el viento no conseguía secar. «¿Seguiría aquí? Va...  no. Imposible. Llamaría demasiado la atención. Eira es lista, no lo haría»

Dave echó a andar, ya habían apagado la ciudad y las sombras le ayudarían a esconderse. Caminó largo rato entre las piedras; sus piernas demasiado largas y entrenadas no podían contentarse con saltar de una losa a otra, así que decidió volver a dar una segunda vuelta entre muros de otros siglos que tantos hombres habían contemplado antes que él. Era su ritual, la noche grabaría en la roca los últimos detalles. Sólo quedaría llegar a la cabina, pulsar el botón y apagar la mente para cumplir una vez más lo que figuraba en el dossier.

Informe emitido el 22 de abril desde la plataforma WS2: «Memorias del agente  02NA4ZFX: no registradas. Próxima actualización en: 18 horas».  

miércoles, 13 de junio de 2012

Agente A1792ZX

«¿Quién era ella?»
A menudo se lo preguntaba frente al espejo. En ocasiones no se reconocía. Otras lo sabía a la perfección.

La agente A1792ZX se llamaba Eira. Era morena y su piel era tostada... pero hoy no había manera. Igual que en las pasadas semanas, sólo veía a esta otra. Allí enfrente, a unos centímetros, veía a una mujer de mediana edad, unos años mayor que ella, de tez pálida, piel de nieve y pelo rojizo como el que hubiese podido tener una sirena ondeante entre las olas y corrientes marinas. Pero su propia naturaleza debía estar oculta y escondida entre su interior y su apariencia. Entre Eira y A1792ZX o Alicia, así era como la conocían en los nuevos alrededores, había centenares de abismos. Y sin embargo, allí dentro seguía estando ella.

La mujer que le miraba desde el espejo desprendía normalidad, la de la más común de los mortales, o lo que se pudiera entender por común, pero bien a su pesar, sus ojos le delataban. Se mostraban inquietos y esperanzados. A1792ZX tenía unos ojos un tanto verdes, brillantes al sol, y oscuros como la noche cuando sólo quedaban las estrellas y las luces de la ciudad dormida. Tenía una esbelta figura que no sufría cambio alguno pese a sus diversas siluetas adoptadas. Podía presumir de unas piernas que nunca le habían fallado. Se movía ella, ágil, pero su papel era el de una joven madre agotada por el trabajo y el cuidado de dos hijos que no eran sino una mera reproducción grabada; así, su cansancio tan solo se reflejaba en una lenta danza forzada.

Oculta de las posibles miradas, sus pasos firmes, decididos y elegantes le devolverían en otra misión la feminidad perdida. La convertirían de nuevo en estrella, pero aún era pronto para brillar o desaparecer. «Un poco de paciencia, Ei.», se decía. Su personaje seguía vivo. Seguía teniendo doble identidad y ella seguía con vida. Sabía dónde estaba, no se había perdido. Tan solo se había hecho invisible.

domingo, 3 de junio de 2012

Una noche más

Era una noche más, la agente conducía de vuelta a casa después del trabajo de su doble vida. Tenía que seguir los horarios, las pautas que le habían marcado desde arriba. A las nueve y media de la noche terminaba, le explicaba a los tutores de los niños su progreso y volvía a su coche, ponía algo de rock de otro tiempo y conducía por el itinerario marcado. A esa hora no quedaba mucha gente, algún que otro inútil al volante del que tenía especial cuidado, la carretera solitaria, las paradas de tranvía a oscuras y el calor sofocante barrido por una brisa casi efímera.

Como todos los días desde que le remitieron aquel dossier, se obligaba a seguir las directrices rutinarias respecto de los buenos hábitos y de la seguridad, pero sus impulsos le indicaban lo contrario. Habrían tenido que evaluar su nivel de impulsividad antes de ofrecerle ese contrato. Pero como confiaban en su buen hacer, tenía que acatar las normas, aunque pensara en seguir, en no llegar a la casa de destino nunca, en conducir sin rumbo por la ciudad o simplemente en seguir por aquella autovía del Mediterráneo... Sí, seguir hasta Alicante quizás.

«Sí, ¡Señor!» volvía a escuchar en su cabeza. Había jurado no desviarse del plan, había prometido cumplir con las órdenes que había recibido... así que ante las contradicciones de su corazón, decidió volver, recuperar los minutos perdidos en velocidad y pasar por el marco de la puerta antes de que fuera demasiado tarde.

Una vez allí, se tocó el pecho, aliviada. «Sigue latiendo».



domingo, 27 de mayo de 2012

El grito

La agente siguió leyendo «[...] se detuvo ante un cuadro al óleo; mostraba a una criatura pelada y oprimida, con una cabeza semejante a una pera invertida, que apretaba sus manos horrorizadas contra sus oídos, con la boca abierta en un vasto grito mudo. Las olas encrespadas de su dolor, los ecos del grito, ocupaban el espacio que la rodeaba. El hombre, o la mujer, estaba encerrado dentro de su propio aullido. Se cubría los oídos para protegerse de su propia voz. La criatura estaba de pie en un puente, y no había nadie más. Gritaba a solas. Aislada por el grito a pesar de él.», hasta que lo entendió todo con una sola imagen:


Se había congelado. La habitación en la que se encontraba se había convertido en su prisión y su cuerpo en su propia jaula. Quería gritar de horror pero sus músculos no aceptaban las señales que les mandaba su cerebro. No podía emitir sonido alguno. Estaba atrapada dentro del cuadro, se había convertido en protagonista y tenía miedo. Su corazón le dolía, le ardía, quería salir de su cuerpo pero su piel lo retenía. El dolor era cada vez más insoportable. Sus muñecas y tobillos le ardían pero por dentro estaba congelada.

Lo había comprendido, de alguna manera, las líneas que leía eran la historia de su propia vida. Pero ¿y su compañero? ¿Dónde estaría entre tanto horror? Aquella obra representaba su miedo pero no había nadie más allí. ¿Iría a salvarla? ¿Estaría vivo todavía? ¿Seguiría adelante la misión o quedaría abortada? ¡Qué de preguntas! Eso lo sabría en el punto de encuentro. La misión la tendrían que terminar con paciencia cumpliendo cada uno con su cometido, si es que hubiese alguna forma de llegar vivos a la meta.



lunes, 21 de mayo de 2012

De animales eléctricos

Cayó del cielo y entre sus manos el libro adecuado justo en el momento más idóneo.
«Él y sus ovejas eléctricas me están salvando del aislamiento y de la desconexión con el mundo.» se dijo a sí misma con una sonrisa dibujada en los labios.
Cierto era que aún quedaban esas líneas telefónicas primitivas en casos de emergencia, pero en pleno Plan B, el equipo tenía que actuar en solitario hasta que la misión estuviera a punto terminar.
Se trataba de una misión de alto riesgo, en pleno período de conflictos políticos, económicos y sociales, en la que los agentes debían guardar la calma por encima de todo. Sí, éste era un gran deber dadas las circunstancias. Debían cuidar hasta el más mínimo detalle, las señales y la información transmitida, actualizarse y mantener las conexiones al mayor rendimiento de manera que hubiese la mejor recepción posible venido el momento. La única prohibición era la de no presionar aquel botón rojo del panel de control, al menos eso fue lo que les dijeron. Tantas responsabilidades y peligros requerían un estómago fuerte y un instinto sigiloso... Por eso el silencio y la sonrisa se habían convertido en sus cómplices y fieles amigos. Eso ambos lo sabían bien.
Así con todo, la agente, con el pelo delante de los ojos entre la mente concentrada y atenta y el  lector, presionó suavemente las teclas grises que, sin obstruir la señal ni desestabilizar las ondas de frecuencia, pasaban de porcentaje de lectura.
«Más abajo, entre los restos del agua caída del cielo, le llamaban», siguió leyendo. «Ese maullar artificial no le era ajeno; el felino que reclamaba su atención tenía manchas blancas en guisa de botas de agua.»