Aquí también han llegado las gotas, mucho más tarde y más suaves también. Su olor es distinto, y el ruido que hacen al tocar el suelo, apenas perceptible. Sólo queda tumbarse, quitarse los cascos e intentar sentirlas, aún a sabiendas que son meras gotitas en la noche y que, como mucho, te mecerán sin terminar de regar las plantas que cuelgan del balcón.
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